Subido por Parroquia San Francisco Solano

Jesús es tomado preso

Después de hablar así, se fue Jesús acompañado de sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, en el cual entró con ellos.
Y Judas, el que lo entregaba, conocía bien este lugar, porque Jesús y sus discípulos se habían reunido allí frecuentemente.
Judas, pues, tomando a la guardia y a los satélites de los sumos sacerdotes y de los fariseos, llegó allí con linternas y antorchas, y con armas.
Entonces Jesús, sabiendo todo lo que le había de acontecer se adelantó y les dijo: «¿A quién buscáis?»
Respondiéronle: «A Jesús el Nazareno». Les dijo: «Soy Yo». Judas, que lo entregaba, estaba allí con ellos.
No bien les hubo dicho: «Yo soy», retrocedieron y cayeron en tierra.
De nuevo les preguntó: «¿A quién buscáis?» Dijeron: «A Jesús de Nazaret».
Respondió Jesús: «Os he dicho que soy Yo. Por tanto si me buscáis a Mí, dejad ir a éstos»;
para que se cumpliese la palabra, que Él había dicho: «De los que me diste, no perdí ninguno».
Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la desenvainó e hirió a un siervo del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha. El nombre del siervo era Malco.
Mas Jesús dijo a Pedro: «Vuelve la espada a la vaina; ¿no he de beber el cáliz que me ha dado el Padre?».

Jesús ante Anás y Caifás. Negación de Pedro

Entonces la guardia, el tribuno y los satélites de los judíos prendieron a Jesús y lo ataron.
Y lo condujeron primero a Anás, porque éste era el suegro de Caifás, el cual era Sumo Sacerdote en aquel año. Pero Anás lo envió atado a Caifás, el Sumo Pontífice.
Caifás era aquel que había dado a los judíos el consejo: «Conviene que un solo hombre muera por el pueblo».

Entretanto Simón Pedro seguía a Jesús como también otro discípulo. Este discípulo, por ser conocido del Sumo Sacerdote, entró con Jesús en el palacio del Pontífice;
mas Pedro permanecía fuera, junto a la puerta. Salió, pues, aquel otro discípulo, conocido del Sumo Sacerdote, habló a la portera, y trajo adentro a Pedro.
Entonces, la criada portera dijo a Pedro: «¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?» Él respondió: «No soy».
Estaban allí de pie, calentándose, los criados y los satélites, que habían encendido un fuego, porque hacía frío. Pedro estaba también en pie con ellos y se calentaba.

El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús sobre sus discípulos y sobre su enseñanza.
Jesús le respondió: «Yo he hablado al mundo públicamente; enseñé en las sinagogas y en el Templo, adonde concurren todos los judíos, y nada he hablado a escondidas.
¿Por qué me interrogas a Mí? Pregunta a los que han oído, qué les he enseñado; ellos saben lo que Yo he dicho».
A estas palabras, uno de los satélites, que se encontraba junto a Jesús, le dió una bofetada, diciendo: «¿Así respondes Tú al Sumo Sacerdote?»
Jesús le respondió: «Si he hablado mal, prueba en qué está el mal; pero si he hablado bien ¿por qué me golpeas?»

Entretanto Simón Pedro seguía allí calentándose, y le dijeron: «No eres tú también de sus discípulos». Él lo negó y dijo: «No lo soy».
Uno de los siervos del Sumo Sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro había cortado la oreja, le dijo: «¿No te vi yo en el huerto con Él?»
Pedro lo negó otra vez, y en seguida cantó un gallo.

Jesús ante Pilato

Entonces condujeron a Jesús, de casa de Caifás, al pretorio: era de madrugada. Pero ellos no entraron en el pretorio, para no contaminarse, y poder comer la Pascua.
Vino, pues, Pilato a ellos afuera, y les dijo: «¿Qué acusación traéis contra este hombre?»
Respondiéronle y dijeron: «Si no fuera un malhechor, no te lo habríamos entregado».
Díjoles Pilato: «Entonces tomadlo y juzgadlo según vuestra Ley». Los judíos le respondieron: «A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie»;
para que se cumpliese la palabra por la cual Jesús significó de qué muerte había de morir.

Pilato entró, pues, de nuevo en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó: «¿Eres Tú el Rey de los judíos?»
Jesús respondió: «¿Lo dices tú por ti mismo, o te lo han dicho otros de Mí?»
Pilato repuso: «¿Acaso soy judío yo? Es tu nación y los pontífices quienes te han entregado a Mí. ¿Qué has hecho?»
Replicó Jesús: «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mis servidores combatirían a fin de que Yo no fuese entregado a los judíos. Mas ahora mi reino no es de aquí».
Díjole, pues, Pilato: «¿Conque Tú eres rey?» Contestó Jesús: «Tú lo dices: Yo soy rey». Yo para esto nací y para esto vine al mundo, a fin de dar testimonio a la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz».
Pilato le dijo: «¿Qué cosa es verdad?».

Jesús y Barrabás

Apenas dicho esto, salió otra vez afuera y les dijo a los judíos: «Yo no encuentro ningún cargo contra él.
Pero tenéis costumbre de que para Pascua os liberte a alguien. ¿Queréis, pues, que os deje libre al rey de los judíos?»
Y ellos gritaron de nuevo: «No a él, sino a Barrabás». Barrabás era un ladrón.

Jesús azotado y coronado de espinas

Entonces, pues, Pilato tomó a Jesús y lo hizo azotar.
Luego los soldados trenzaron una corona de espinas, que le pusieron sobre la cabeza, y lo vistieron con un manto de púrpura.
Y acercándose a Él, decían: «¡Salve, rey de los judíos!» y le daban bofetadas.

Ecce homo

Pilato salió otra vez afuera, y les dijo: «Os lo traigo fuera, para que sepáis que yo no encuentro contra Él ningún cargo».
Entonces Jesús salió fuera, con la corona de espinas y el manto de púrpura, y (Pilato) les dijo: «¡He aquí al hombre!».
Los sumos sacerdotes y los satélites, desde que lo vieron, se pusieron a gritar: «¡Crucifícalo, crucifícalo!» Pilato les dijo: «Tomadlo vosotros, y crucificadlo; porque yo no encuentro en Él ningún delito».
Los judíos le respondieron: «Nosotros tenemos una Ley, y según esta Ley, debe morir, porque se ha hecho Hijo de Dios».
Ante estas palabras, aumentó el temor de Pilato.
Volvió a entrar al pretorio, y preguntó a Jesús: «¿De dónde eres Tú?» Jesús no le dió respuesta.
Díjole, pues, Pilato: «¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo el poder de librarte y el poder de crucificarte?»
Jesús le respondió: «No tendrías sobre Mí ningún poder, si no te hubiera sido dado de lo alto; por esto quien me entregó a ti, tiene mayor pecado».

La condenación

Desde entonces Pilato buscaba cómo dejarlo libre; pero los judíos se pusieron a gritar diciendo: «Si sueltas a éste, no eres amigo del César: todo el que se pretende rey, se opone al César».
Pilato, al oír estas palabras, hizo salir a Jesús afuera; después se sentó en el tribunal en el lugar llamado Lithóstrotos, en hebreo Gábbatha.
Era la preparación de la Pascua, alrededor de la hora sexta. Y dijo a los judíos: «He aquí a vuestro Rey».
Pero ellos se pusieron a gritar: «¡Muera! ¡Muera! ¡Crucifícalo!» Pilato les dijo: «¿A vuestro rey he de crucificar?» Respondieron los sumos sacerdotes: «¡Nosotros no tenemos otro rey que el César!»
Entonces se lo entregó para que fuese crucificado.

La crucifixión

Tomaron, pues, a Jesús;
y Él, llevándose su cruz, salió para el lugar llamado «El cráneo», en hebreo Gólgota,
donde lo crucificaron, y con Él a otros dos, uno de cada lado, quedando Jesús en el medio.
Escribió también Pilato un título que puso sobre la cruz. Estaba escrito: «Jesús Nazareno, el rey de los judíos».
Este título fue leído por muchos judíos, porque el lugar donde Jesús fue crucificado se encontraba próximo a la ciudad; y estaba redactado en hebreo, en latín y en griego.
Mas los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: «No escribas «el rey de los judíos», sino escribe que Él ha dicho: «Soy el rey de los judíos».
Respondió Pilato: «Lo que escribí, escribí».

Cuando los soldados hubieron crucificado a Jesús, tomaron sus vestidos, de los que hicieron cuatro partes, una para cada uno, y también la túnica. Esta túnica era sin costura, tejida de una sola pieza desde arriba.
Se dijeron, pues, unos a otros: «No la rasguemos, sino echemos suertes sobre ella para saber de quién será»; a fin de que se cumpliese la Escritura: «Se repartieron mis vestidos, y sobre mi túnica echaron suertes». Y los soldados hicieron esto.

María al pie de la cruz

Junto a la cruz de Jesús estaba de pie su madre, y también la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena.
Jesús, viendo a su madre y, junto a ella, al discípulo que amaba, dijo a su madre: «Mujer, he ahí a tu hijo».
Después dijo al discípulo: «He ahí a tu madre». Y desde este momento el discípulo la recibió consigo.

Muerte de Jesús

Después de esto, Jesús, sabiendo que todo estaba acabado, para que tuviese cumplimiento la Escritura, dijo: «Tengo sed».
Había allí un vaso lleno de vinagre. Empaparon pues, en vinagre una esponja, que ataron a un hisopo, y la aproximaron a su boca.
Cuando hubo tomado el vinagre, dijo: «Está cumplido», e inclinando la cabeza, entregó el espíritu.

La Lanzada

Como era la Preparación a la Pascua, para que los cuerpos no quedasen en la cruz durante el sábado – porque era un día grande el de aquel sábado – los judíos pidieron a Pilato que se les quebrase las piernas, y los retirasen.
Vinieron, pues, los soldados y quebraron las piernas del primero, y luego del otro que había sido crucificado con Él.
Mas llegando a Jesús y viendo que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas;
pero uno de los soldados le abrió el costado con la lanza, y al instante salió sangre y agua.
Y el que vió, ha dado testimonio – y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad – a fin de que vosotros también creáis.
Porque esto sucedió para que se cumpliese la Escritura: «Ningún hueso le quebrantaréis».
Y también otra Escritura dice: «Volverán los ojos hacia Aquel a quien traspasaron».

Sepultura de Jesús

Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, pero ocultamente, por miedo a los judíos, pidió a Pilato llevarse el cuerpo de Jesús, y Pilato se lo permitió. Vino, pues, y se llevó el cuerpo.
Vino también Nicodemo, el que antes había ido a encontrarlo de noche; éste trajo una mixtura de mirra y áloe, como cien libras.
Tomaron, pues, el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en fajas con las especies aromáticas, según la manera de sepultar a los judíos.
En el lugar donde lo crucificaron había un jardín, y en el jardín un sepulcro nuevo, donde todavía nadie había sido puesto.
Allí fue donde, por causa de la Preparación de los judíos, y por hallarse próximo este sepulcro, pusieron a Jesús.